La gente se gasta un morro increible.
Voy paseando por la calle con el niño en su cochecito la mar de tapadito, y cuando llego a la altura de una maruja sentada en un murete, va la mujer, y tal cual se levanta, me echa la mano al carro y hace el amago de pararme para mirar dentro.
Supongo que la mujer encima se habrá sorprendido de que ni me haya parado, ni haya hecho el menor atisbo de bajar la capota para que semejante cotorra con poca vergüenza pueda cotillear a su gusto si lo que llevo dentro del carro es un precioso niño o un perro (que no sería la primera).
Si ella tiene el morro de echarme la mano al carro y hacer el amago de pararme, yo respondo como me salga de las narices. Y eso que no he sido del todo borde.
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