Ayer fuimos a cenar a un restaurante con el bebé. No lo tenía yo muy claro, por aquello de si al niño le cambiabamos sus rutinas. Si se portaría bien o no, si dormiría, si lloraria, o si luego nos haría pasar una noche de perros por haberle fastidiado.
Pero contando con el buen caracter del niño, decidí que mejor era probar y ver como se nos daba, que quedarnos con la duda. Lo único que podía pasarnos es que el niño se pusiera tan rabioso que nos tuvieramos que ir corriendo, y si hay que saber como se las va a gastar en situaciones de estas, pues cuanto antes mejor.
Además, soy de las que pienso que el niño se tiene que acostumbrar a ir por todo y ver mundo, con cabeza claro. Que he visto a mamas en karaokes apestados de humo con el niño en el carro a la una y pico de la mañana, y por muy sobado que este el crio, no me parece bien.
Así que lo apañamos para darle la teta y un buen bibe antes de salir, para que fuera contento. Cambiado, con su pijama puesto y bien abrigado.
Y la verdad es que mal no fué. He de decir también que el restaurante era uno tranquilo, sin bullicio, con espacio entre las mesas, y con el carrito en un sitio en el que ni molestaba, ni le molestaban. Si hubiera sido otro tipo de restaurante, directamente, me habría quedado en casa.
El niño se portó muy bien, solo se revolvió un poco cuando le entro algo de hambre, con lo cual, un poco de tetilla, y el niño frito. Creo que ya perdí las vergüenzas a dar el pecho fuera de casa. Algo al menos. Que todo no se va.
Volvimos a casa con el niño dormidito, le cambié el pañal, otro poco de tetilla, y a dormir a la cunita. Y tan ricamente.
¡¡Prueba superada!! Estuve bien contenta. Y que ilusión, por cierto, volver a salir a cenar.
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